Aquellos niños superdotados, hoy gente corriente

25.05.2011 00:24

 

 
M A G A Z I N E 
167   Domingo 8 de diciembre de 2002
 
 

Satisfecho al volante. Como muchos de los superdotados, Jesús Frutos ha tenido una vida profesional azarosa. Llegó a dirigir el departamento de Informática de una empresa, pero se siente más a gusto y más libre conduciendo su taxi.
INTELIGENCIA | UNA VIDA DIFÍCIL 
Aquellos niños superdotados, hoy gente corriente 

Dicen que el dinero no da la felicidad, pero parece que la inteligencia tampoco. Cada uno de estos superdotados parecía tener un brillante futuro. Sin embargo, ya en la escuela notaron que su talento era un obstáculo: algunos padecieron burlas de los compañeros o la incomprensión de los profesores. De mayores, sufrieron en los trabajos; unos porque no aceptan órdenes; otros, porque sus jefes no toleran que sean más inteligentes. A la mayoría les resulta difícil encontrar amigos o una pareja. No se han convertido en Stephen Hawking, pero aprendieron que una persona no es un cociente intelectual.
 
 
Una habladora profesional. Diana Damas no se sintió satisfecha hasta que descubrió su talento: hechizar a la audiencia contando cuentos. Dejó colgada una carrera superior al darse cuenta de que era muy lista pero no sabía estudiar. Ahora ha vuelto a la universidad
 
 
Documentalista de lujo. La crisis afecta también a los superdotados. David no tiene trabajo fijo. Ahora prepara un documental sobre la Historia contemporánea de España.
 
 
Marginada por lista. Lori piensa que su inteligencia es contraproducente en el trabajo.
 
 
El verde más inteligente. Carlos trabaja para que las empresas contaminen menos.
 

por Rosa Gil. Fotografías de Luis de las Alas


En España hay pocos recursos para los niños superdotados. Los psiquiatras infantiles se quejan constantemente por ello y solicitan profesores especializados, adaptación de las asignaturas, información para los padres... Si ésta es la situación en un entorno controlado como el escolar, resulta fácil imaginar lo que pasa cuando los interesados abandonan las aulas: los superdotados caen en el olvido más absoluto. 

De hecho, los adultos con un cociente intelectual superior a la media sólo suelen acudir en busca de ayuda por dos motivos: porque han empezado a ver en sus propios hijos comportamientos que indican una inteligencia superior (el cociente intelectual tiene un fuerte componente hereditario) o porque los problemas no resueltos de su infancia y adolescencia los convierten en carne de psicólogo. Algunos superdotados no detectados, incluso llegan a interpretar su diferencia como un desorden mental. 

Sus vidas no toman siempre un sesgo tan dramático, pero suelen empezar a complicarse durante la adolescencia. A los problemas habituales en esa edad, suman los propios derivados de su inteligencia superior (hipersensibilidad, perfeccionismo, introversión) y el resultado de la educación que hayan recibido. “Habitualmente, los padres tienen grandes expectativas respecto a sus hijos superdotados, lo que hace que los chavales se sientan presionados”, dice Auxi Javaloyes, psiquiatra infantil y juvenil de la Clínica Mediterránea de Neurociencias. “Además, muchos de ellos tienen pocas habilidades sociales y llegan a la pubertad sin una red consistente de amigos que les ayude en esos momentos de crisis. A menudo les da por experimentar con drogas, mantener prácticas sexuales de riesgo... Se vuelven muy inseguros. Algunos ni siquiera se consideran ya superdotados”. Además, estos chicos suelen ser especialmente inmaduros en el terreno emocional y el saberse diferentes les puede crear una baja autoestima que les complicará mucho las cosas. 

La mayoría de las características que suelen acompañar a una inteligencia superior pueden volverse fácilmente en contra de sus portadores. Gran parte de los superdotados, por ejemplo, tiene intereses y habilidades muy variados. Eso les proporciona grandes satisfacciones, pero les crea también mucha confusión cuando deben elegir su futuro profesional y les lleva a cambiar de puesto de trabajo, e incluso de orientación profesional, con bastante frecuencia. 

También tienen problemas para aceptar la autoridad o la disciplina como valores en sí mismos, por lo que la jerarquía del mundo laboral puede suponer para ellos un verdadero infierno. Este aspecto, de todas formas, puede educarse en la infancia. Así lo explica Auxi Javaloyes: “A menudo, los padres tratan a sus hijos superdotados como adultos en miniatura. Esto hace que no tengan una referencia de autoridad, mientras que otros niños aprenden a aceptar órdenes porque sí hasta cierto punto”. Esta dificultad para someterse, unida al instinto perfeccionista del que suelen hacer gala, hace que choquen a menudo con sus superiores. 

La medición de la inteligencia fue siempre de gran interés para los científicos. Los pioneros fueron los franceses Binet y Simon. Estos psicólogos crearon en 1905 un método para averiguar qué niños necesitaban una educación especial por su baja inteligencia. Para ello, diseñaron una serie de pruebas que revelaban la edad intelectual de los pequeños según su capacidad para abstraer, aprender y enfrentarse a situaciones novedosas. Este resultado se dividía por la edad real del sujeto (de ahí el nombre de cociente intelectual) y se multiplicaba por 100. De esta forma, si un niño de 10 años presentaba una capacidad propia de los 12, su cociente sería de 120. Aunque este sistema sólo es aplicable en la infancia (en adultos no tiene sentido hablar de edad mental), hoy en día se utiliza la misma escala para todas las edades, estableciendo el 100 como la puntuación media de un grupo de edad. Dos tercios de la población se encuentran entre los 90 y los 109 puntos. Sólo una de cada 20 personas está por debajo de 70 (la frontera del retraso mental) y un 2% supera los 130 y puede considerarse superdotada. Por encima de 190, es decir, genios, en España hay ocho. 

Hoy se sabe que pasar esa franja mítica de 130 puntos suele ir asociado a la hipersensibilidad. Los privilegiados se ven afectados en su capacidad para encontrar una pareja estable o formar una familia. “Muchos de los que vienen por aquí”, asegura Alicia Rodríguez, de la Asociación Española para Superdotados y con Talento, “dicen que una relación no les dura más de dos o tres semanas. Los consideran raros, no les entienden...”. Naturalmente, las cosas no tienen por qué ser de esta manera: gran parte de ellos aprende a integrarse, buscan amistades y aprenden a tolerar la menor capacidad de sus compañeros de trabajo del mismo modo que ellos toleran sus rarezas. Al fin y al cabo, una persona no es un cociente intelectual. 

También les queda el recurso del asociacionismo, aunque las organizaciones especializadas suelen estar más volcadas en los niños. La Asociación Española para Superdotados y con Talento está empezando a abrir caminos para los adultos: intenta que los jóvenes entren en contacto a través de sus foros, organiza conferencias y está habilitando una parte de su página web para que la gestionen ellos. Mensa, la organización internacional que reúne al 2% más inteligente de la Humanidad, es otra opción para los adultos superdotados. Aunque no todos conseguirían aprobar el test de ingreso, ya que es necesario un cociente intelectual mínimo de i48 puntos para ser admitido. 

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    Fuente: El Mundo